Cuando uno
intenta hablar de las emociones que le transmiten ciertos recuerdos, es
inevitable que la nostalgia no haga un clic en tu cabeza. Todas esas vivencias
de niñez se tornan muy vívidas al hacer memoria y traen de vuelta al presente
todo lo experimentado cuando la inocencia aún se encuentra en su estado más
álgido.
No hay
recuerdo que no esté distorsionado por el paso del tiempo, eso es verdad, pero
lo esencial queda imborrable, y sobre todo si las sensaciones fueron de
bienestar y calidez.
En este
artículo me gustaría hablar de los fines de semana con el Spectrum, a
últimos de los 80, cuando todavía se podía disfrutar de nuestro microordenador
y las casas de software aún tenían en cuenta sus modestas posibilidades.
La salida
del colegio, durante los viernes, era el pistoletazo de salida para el disfrute
de todo un fin de semana a lo grande. Me esperaban horas de diversión junto a
la familia, los amigos o quien se pusiera por delante. En la niñez el tiempo
pasa de otra manera, todo es más lento, se saborean los momentos y las horas
nos parecen mucho más largas.
En mi caso,
las horas después de la comida eran muy aprovechadas. Por aquellos tiempos
tenía una gran afición, además de dibujar y escribir, y no era otra que
escuchar música en mi pequeño radiocasete. He de admitir que, con 12 años,
solía escuchar lo que se radiaba en las emisoras de música pop, aunque no le
hacía ascos a cualquier otro tema de algún estilo musical que también me
llamase la atención. Recordemos aquel ‘Money for Nothing’ de Dire Straits,
Depeche Mode y su ‘Strangelove’, o los grandísimos Queen y su ‘Miracle’.
Era muy
habitual que intercambiara cintas de casete con mis primos, y en esos momentos
de fin de semana era cuando más tiempo teníamos para hacerlo. Podíamos estar
horas escuchando música mientras aporreábamos los teclados de nuestros
Spectrums. Y aquí es donde quería llegar. Sobre todo, los sábados por la tarde,
el momento mágico para estos menesteres.
Era muy
habitual que mis padres, mis hermanos y yo fuéramos de paseo por la ciudad, y
acabásemos en algún bar para tomar algo. En alguna de esas ocasiones, mis
primos y yo teníamos tanto que contarnos que no podíamos despedirnos sin más.
Era cuando suplicábamos a nuestros padres que nos quedáramos a dormir en una u
otra casa. Normalmente me quedaba con ellos porque solían tener más material,
tanto musical como relacionado con los videojuegos.
En esas
noches aprovechábamos para ponernos al día. Leíamos revistas Microhobby,
veíamos algún programa de la TV que nos interesara, o bien alquilábamos alguna
película para verla en VHS. Aún recuerdo aquel día que vimos Top Secret y no
pudimos parar de reír por la retahíla de gags de los que hacía gala aquella
comedia, en la que un jovencísimo Val Kilmer desafiaba al régimen nazi como
cantante para quinceañeras.
También
recuerdo aquella otra ocasión en la que desplegamos todas las revistas
Microhobby del año, en el verano de 1990, analizando cada página. Las
tipografías, los anuncios, los consultorios, los programas para teclear y probar,
lo más nuevo, los periféricos y, en definitiva, cada rincón de esa maravillosa
publicación. Todo era revisitado una y otra vez por nuestras ávidas pupilas,
que reflejaban el deseo por absorber más y más conocimiento.
Lo realmente
solemne venía de la mano de las veladas con el verdadero protagonista, nuestro
Spectrum. Por nuestras manos pasaban metros y metros de cintas cromadas. Ya
queda en el recuerdo ese traqueteo de las teclas de play, stop o reboninar que
no paraban de usarse en aquellas largas sesiones.
Tan pronto
estábamos cargando algún videojuego de Dinamic como uno de US Gold, o la última
demo de Microhobby. No podían faltar videojuegos arcade, videoaventuras o de
plataformas. Todo tenía cabida en nuestros ratos de ocio. Por supuesto, por detrás
siempre había alguna banda sonora, en muchas ocasiones provenientes de un plato
de discos con algún vinilo a 33 rpm.
Era muy
habitual que, no habiéndome dado tiempo de ver las demos y revistas Microhobby, me las llevara a casa para echarles un vistazo con más
detenimiento. Ahí es cuando aprovechaba para hacerme copias de aquellas cintas
y poder jugar en mi habitación a las demos de los juegos más recientes.
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Microhobby 198 - Abril 1990 |
El domingo era un día para recapitular lo vivido el sábado y, por supuesto, para seguir dándole a los videojuegos. El descanso dominical se podría tornar en tortura para mis padres si escuchaban la música de alguna pantalla de presentación con la que se me había ocurrido que debía despertar a todo el vecindario de su siesta. Y es que, algunas de esas músicas de 8 bits tan rudimentarias, tenían su valor y su gracia. No en vano, hay algunas joyas en 128 k como ‘Saboteur 2’, ‘Batman’, ‘Led Storm’, ‘Robocop’ o ‘Rescate Atlántida’, ejemplos que a bote pronto se me vienen a la cabeza, que deberían se patrimonio de la humanidad, por lo menos.
Toda esa
maraña de recuerdos hace que, inevitablemente, nos acabemos teletransportando
mentalmente a tiempos en los que los 8 bits eran el pan de cada día. Y no es
que fueran mejores tiempos, sino los que nos tocó vivir. Momentos entrañables y
divertidos como pocos, en los que las redes sociales no hacían mella en la
psique. Para eso ya estaban los consultorios de las revistas, donde se daba
rienda suelta a las cuestiones más relevantes para cada uno: ¿Cuál es la impresora
más adecuada para mi Spectrum? ¿Qué frase hay que meter en la segunda parte de
la aventura Don Quijote? ¿Alguno sabe cuándo sale al mercado ‘Toki’ para
Spectrum? ¿Cuál es el motivo de la bajada de los juegos a 875 pesetas? ¿Alguien
tiene un buen poke para el ‘Army Moves’?
Eran otros
tiempos, diferentes, con frescura y repletos de ilusiones. Pero el Spectrum,
señores, aún está más vivo que nunca. Es el momento de seguir con nuestro mayor
divertimento. No dejemos que decaiga nuestro espíritu de hermandad y
preservemos en la medida de lo posible el legado de una de las máquinas de 8
bits con más seguidores.
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