Cuando te propones hablar de los 40 años del Spectrum, son muchos los pensamientos que se agolpan de repente en la cabeza. Uno no sabe cómo gestionar todo ese cúmulo de recuerdos que llegan a la vez, y se corre el peligro de olvidarse de algunos de los más importantes. Pero hagamos un ejercicio de retrospección y vayamos poco a poco, sin agobios.
Lo más fácil a la hora de hacer un regreso al pasado es
situarnos en el año en el que uno recibe como regalo su Spectrum. Pero antes de
eso, en mi caso, debería ir un poco más atrás en el tiempo, al año 1987. Y es
que, en ese año, conocí al que sería después mi ordenador, estando en casa de
unos amigos de mis padres. Su hijo tenía un Spectrum 128k +2 gris, de
los fabricados por Amstrad. De vez en cuando, los fines de semana, quedábamos
en casa de estos amigos y mis padres conversaban largo y tendido con ellos
durante horas o veían alguna película en VHS. Los niños, mientras, jugábamos a
juegos de mesa, en el patio o bien a todo aquello que se nos ocurriera en ese
momento.
Uno de esos días de visita, cansados ya de nuestros juegos habituales, al hijo de estos amigos se le ocurrió sacar su ordenador. Para mí esas palabras aún sonaban casi a chino a mis 10 primaveras. Corría el año 1987, a finales. Normalmente, el ordenador lo sacaba cuando iba a utilizarlo, por lo que lo mantenían guardado en algún armario. Una vez lo conectó a un pequeño televisor, que estaba situado en un mueble del salón, nos pusimos a probar aquel invento electrónico. Lo primero que vieron mis ojos son aquellas cajas en formato jewel que todo el mundo tenía con sus cantantes y grupos favoritos. Ya sabéis, lo que se utilizaba en la época, las cajas de plástico transparente para guardar las cintas de casete. Había dos juegos de Dinamic, y estos eran ‘Fernando Martín Basket Master’ y ‘Army Moves’.
Lo cierto es que el primero de ellos, 'Fernando Martín', lo jugamos con el teclado, y la verdad es que entre la incomodidad de hacerlo con el mueble pegado a las piernas y que no me aclarase con las teclas que debía usar, la experiencia fue algo desastrosa.
La cosa cambió con el segundo, ‘Army Moves’, aquí ya jugábamos con un solo jugador, y al estar las teclas definidas con el clásico “OPQAEspacio”, todo cambió para mejor, ya que disfruté algo más de lo que estaba pasando en pantalla.
La verdad es que la experiencia me produjo un sabor
agridulce, puesto que no disfruté del todo por las condiciones un tanto toscas,
pero ese momento se me quedó grabado a fuego. Había experimentado lo que era
cargar un videojuego, ponerlo en funcionamiento y probarlo en un microordenador
de 8 bits. Para mí aún era algo novedoso y, hasta entonces, lo más parecido con
lo que había experimentado en los videojuegos era con las máquinas recreativas
(que estaban a años luz de aquello) y con las maquinitas tipo handheld
que tenía en casa.
Desde luego, esa fue una experiencia que me marcó en mi
infancia, pero lo que vino después sí remató mi concepto de lo que suponía un
ordenador. Fue dos años después, cuando acabé el curso escolar en el año 1989,
con 12 años de edad. Pero esta historia la contaré después…
Es curioso, porque antes de esto, con quienes volví a
disfrutar de la experiencia del Spectrum fue con mis primos. Ellos tuvieron uno
un poco antes, probablemente en las navidades de 1988. Por aquel entonces se
vendía el pack del 128k +2A de Amstrad, en color negro. Junto a él venía una colección
de videojuegos de Dinamic, que ya son un clásico, y muchos chavales lo han
tenido como primer acercamiento a los videojuegos.
Se trataba de ‘Camelot Warriors’, ‘Phantomas’, ‘Phantomas
2’, ‘Army Moves’, ‘Nonamed’ y ‘Game Over’. Dentro de la caja, a modo de
bienvenida, se incluía una tarjeta donde se proclamaba lo siguiente: ¡Hay más
de una forma de jugar con tu ordenador…hay seis!; además, en el interior de esa
tarjeta se encontraba un formulario donde se invitaba a rellenarlo y poder
conseguir de esa manera pósteres, pegatinas, catálogos e información de primera
mano sobre las novedades que estaban por llegar.
Pasábamos las tardes jugando a esos videojuegos, e incluso en algunas ocasiones me quedaba durmiendo en casa de mis primos solo por seguir disfrutando de aquellos divertidos ratos. A su vez, como no podía ser de otra manera en la época, también nos gustaba escuchar la música del momento, y no faltaban discos en vinilo o casete de Celtas Cortos, Sabrina, C.C. Catch, Mike Oldfield, Jean-Michel Jarre o megamixes con música de discoteca, además de toda una pléyade de intérpretes varios.
Lo mejor vino a partir de la compra de la revista Microhobby
por parte de mis primos (ya que ellos eran tres y su paga era mayor). Esta era
toda una referencia para los que poseíamos un Spectrum. Principalmente la
compraban para enterarse de las novedades que iban a salir al mercado, pero también
por la poderosa razón del casete que se regalaba con ella. De esta manera se
conseguían juegos que ya estaban más que amortizados por las compañías y se
podían probar demos de lo más nuevo, y eso se convertía en una ventaja a la
hora de decidirse o no al comprar un título.
Durante unos meses estuve disfrutando con ellos cuando les
visitaba, que era a menudo. Y aquí es cuando todo cambia. Mis padres deciden
al acabar el 6º curso de EGB que, al haber sacado unas notas estupendas, me
compraban un Spectrum igualito al de mis primos. Es aquí cuando comienzo a
empaparme verdaderamente del espíritu spectrumero y comienza mi odisea para ir
acaparando videojuegos y revistas.
Como yo no tenía un gran nivel adquisitivo (recordemos que yo
era un chaval de 12 años), solo podía conseguir revistas más baratas que la
Microhobby, por lo que me decidí por la Micromanía, que costaba solo 175
pesetas.
Mis primeros juegos, cómo no, y aprovechando el pack del +2 (cuyo precio era de 28.900 ptas. en aquella época) fueron los que ya he citado anteriormente. El más querido y jugado, sin duda, fue la primera parte de 'Phantomas'. Seguidamente, y con un espíritu de paciencia increíble para mi edad, mi segundo preferido se trataba de 'Camelot Warriors', cuya dificultad me dio más de un quebradero de cabeza.
Más tarde, comencé con las copias de seguridad que me
pasaban tanto amigos como mis familiares. Era inevitable.
Recuerdo esas interminables sesiones de los primeros días, en
las que cargaba sin cesar cada uno de los videojuegos que conformaban dicho
pack. No me olvidaba, sin embargo, de aquel librito que venía con el ordenador,
el cual explicaba cómo hacer uso del mismo. El manual del usuario era un
libro de unas 370 páginas en el que se explicaba cómo hacer uso del
ordenador, la carga desde cinta, introducirnos en el +3 BASIC, una guía de
programación bastante extensa, la utilización de la calculadora y el uso de los
periféricos que podían conectarse al ordenador.
Entre los programas que se incluían en ese manual estaba ‘Rebotes’,
un videojuego sencillo al estilo machacaladrillos que estaban muy de moda.
Conseguí copiarlo con mucho tesón y esfuerzo. Al final pude grabarlo en una
cinta de casete para poder disfrutar del resultado. Me pareció muy tedioso, por
lo que no repetí la experiencia más allá de esa primera vez.
Con el tiempo, mi colección de casetes iba en aumento. De vez en cuando, al reunir una cantidad considerable de pesetas (que normalmente solía ser de 875, ya que el precio de los videojuegos se había reducido gracias al acuerdo al que habían llegado las empresas españolas), conseguía comprar alguno de los títulos que veía en la Micromanía, o bien si lo había visto en alguna revista Microhobby prestada.
Una de mis adquisiciones del principio fue aquella conversión
de ‘Wonder Boy’ que venía de las máquinas recreativas de SEGA. Venía con
el sello de Activision y lo distribuía en España la compañía Proein Soft
Line. Aquella casete se portaba en una caja tipo estuche, algo más grande y
lujosa que las jewel de siempre. Lo compré en TeleJuegos, aquella tienda
por correo que fue la precursora de Mail Soft.
Más adelante compré una verdadera tanda de videojuegos,
incluso a 1200 ptas. Algunos de ellos incluso en forma de recopilatorio, como
aquel de Top by Topo 2.
Recuerdo que, en las librerías, papelerías y gasolineras,
también se podían encontrar videojuegos de Spectrum, Amstrad, Commodore o MSX
en aquellos expositores de metal que disponían de varias filas separadas
para guardarlos. Si dabas la vuelta al invento en cuestión se podía acceder al
otro lado y seguir viendo más carátulas de títulos para todos los gustos. Lo
mismo ocurría en algunas tiendas de informática o bazares, que también hacían
uso de este sistema para vender sus productos.
Recuerdo en especial uno de ellos, y ese fue un título de Opera Soft, en realidad el primer original que tuve sin contar con los que venían con el Spectrum. Se trata de ‘Gonzzalez’. Lo compramos en una tienda de mi localidad, justo el mismo lugar donde adquirimos el ordenador. Ese día tuve la posibilidad de elegir cualquier otro, pero me quedé con el fabricado en España. Esa fue una de las tónicas que seguí en los años posteriores, y no por afán patriótico, sino porque sus portadas eran alucinantes. Cómo no, la mayoría creadas por unos de nuestros máximos exponentes en la materia, el gran Alfonso Azpiri. No podía faltar en este homenaje al Spectrum.
Algún día seguiré contando más anécdotas y peripecias con mi
Spectrum, pero de momento no quiero alargar más estas palabras. Sin duda todos
estos recuerdos han ido aflorando poco a poco, algunos con cierta dificultad al
tratarse de vivencias de muchos años atrás. Pero todas ellas quedarán ahí, como
cada uno de los momentos que pasé con los videojuegos que puede recopilar.
Vaya también, desde aquí, mi homenaje a los miles de
programadores, dibujantes, grafistas, músicos, productores y distribuidores de
los que se ha servido esta industria. Gracias a ellos el Spectrum pudo tener
una vida tan larga.
En este 40 Aniversario, el Spectrum sigue más vivo que
nunca, y así lo demuestran los cientos de videojuegos que siguen apareciendo en
la escena homebrew. Que sean otros cuarenta más, por lo menos.
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